Tengo la suerte de contar con varios amigos médicos. Con todos ellos he llegado a un pacto no escrito de que nunca hablamos de Medicina o de Periodismo si no es estrictamente necesario. Es una buena norma, que contribuye a que no se arruinen encuentros donde alguien lleva la conversación a un punto donde nos liamos, nos liamos y nos liamos… y nos perdemos lo mejor de nosotros mismos. De modo que cuando alguien saca un tema médico o periodístico o se le permite su momento de gloria y basta o es muy importante y todos nos ponemos a ello.
Esta segunda hipótesis se produjo la pasada primavera. Paseando por la ribera del Guadalquivir, disfrutando del fresco del atardecer, mi amigo Ángel, que es traumatólogo en una clínica privada, me contó el caso de una joven de 19 años a la que había atendido el día antes por una caída… que estaba muy afectada de psoriasis.
La joven — Marta se llama — le contó que había tirado la toalla con su psoriasis y que ya no iba al médico. Que sufría mucho con no poder salir a la calle con la tranquilidad con que lo hacían sus amigas y que no había encontrado en los dermatólogos quien le pusiera en el camino de una curación.
Me dijo también mi amigo que tenía una presión muy fuerte del padre, presente también en la consulta. En la consulta de traumatología sólo hablaba de la mala suerte, del castigo divino y de que su pobre hija nunca llegaría a ningún sitio. Qué qué habían hecho ellos para merecer eso.
Como habrán comprobado, estábamos ante un caso del que sí merecía hablar. Alguien con un problema médico resuelto — una caída — que evidenciaba otro problema grave. De modo que me senté a la orilla del río y le dije a mi amigo Ángel que animara a visitar de nuevo a su especialista en dermatología a Marta, pero que lo hiciera sin su padre, a solas. Antes me comprometí a enviarle la Guía de Tratamientos de Acción Psoriasis para que tuviera acceso a toda la batería de opciones de que hoy disponen los médicos. Igualmente, le di toda la información de la asociación para que pudiera contactar con nosotros.
Tres semanas después me dijo que Marta le había llamado para darle las gracias. Una doctora del Hospital Universitario Virgen Macarena le había propuesto un tratamiento concreto del que estaba contenta y se sentía mucho mejor. Además, conocer a Acción Psoriasis la estaba ayudando, porque sabía que existían muchas otras personas con problemas similares.
Queda una cuestión que el lector habrá notado como un lastre en este relato: la actitud del padre. Castigo divino, etc. Puede que aquí esté la verdadera cuestión que determine la mejoría de Marta. Ella tiene que romper con esa presión a todas luces acomodaticia del padre, que, de esta manera, mantiene bajo control afectivo a su hija.
Aquí no hay tratamientos médicos. Hay afán de superación y visión realista de la realidad por parte del afectado. Y es en este punto donde tenemos que seguir insistiendo también los pacientes desde Acción Psoriasis: los factores sociales que, sin duda, acaban determinando nuestra patología y su evolución.
Antonio Manfredi
Antonio Manfredi
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