Está cayendo la tarde. Observo la leve iluminación de mis manos sobre el teclado. Las levanto un momento y se deciden a buscar, como buenas internautas que son, algún espacio virtual que las ayude a olvidar su picores por un instante.
Miro si hay novedades en mi asociación favorita y me topo de bruces con un blog nuevo, este blog.
Lo escruto recorriendo despacio su estética, sus escritos, sus mensajes. Leo y reconozco entre sus líneas mis propias sensaciones, mis sentimientos, mis palabras. Mis manos se alegran y se deciden a participar al momento. Poco a poco se atreven a enseñar sus heridas, despojándose, con la tranquilidad que da ser escuchadas, de todas esas capas de silencio que las tiene casi siempre atadas, que las hace esconderse de la mirada ajena.
Mientras escribo, noto cómo aprenden a volar y a sentirse libres. Expresan con fluidez lo que desean que se sepa de ellas: que son hermosas, a pesar de su enfermedad; que quieren ayudar y recibir ayuda; que quieren hablar de lo que pasa por sus falanges, por sus venas, por sus tendones; que explicar el porqué de sus torpes movimientos les quita el dolor y, sobretodo, que anhelan tocar y notar las caricias de los demás.
En este blog, mis manos no se sienten solas. Otras manos semejantes las empujan a reconciliarse con sus padecimientos y contradicciones. Se sienten bienvenidas porque son bienvenidas y, al cabo de un rato, ya están invitando a todos los que las notan posadas en su teclado a bailar sobre sus propias letras para formar palabras de aliento, de ilusión, de alegría de relato, de experiencia, de consejo… Palabras de encuentro.
Mira tus manos, escúchalas, lánzate y háblame de ti y de tu psoriasis.